Siguiendo la serie de artículos en que interpelamos al administrador, -en este caso del dinero público y no del dinero privado - abordaremos un problema actualmente preocupante.
¿Cuántos de nosotros sufrimos continuamente con un servicio de internet deficiente? Molestos microcortes interrumpen nuestro trabajo y nos hacen perder una de las cosas más valiosas que tenemos: nuestro tiempo. Particularmente en estas épocas pandémicas donde necesitamos internet más que nunca, esta situación genera un profundo malestar.
En todos los órdenes de la vida, ya sea ante un problema personal o un problema colectivo, queremos encontrar respuestas. Para que lleguen las respuestas, primero debemos hacernos las preguntas. En este caso las preguntas serían: En primer lugar, ¿Existe alguna solución en la cual no haya unos que ganan y otros que pierden y podamos beneficiarnos todos? También la experiencia y la historia suelen ser buenas consejeras al respecto. ¿Hubo alguna solución planteada con anterioridad? ¿Qué efectividad tuvo? ¿Otros países tuvieron el mismo problema? ¿Cómo lo solucionaron? Munirse de esta información hará que la decisión que se tome sea la mejor. Ofrecer la solución más fácil es lo que haría cualquier persona. Estudiar previamente el problema es el antecedente necesario a encontrar la mejor solución y es lo que hace a un buen gobernante.
El Estado podría ofrecer un servicio de internet a muy bajo costo o subsidiado para personas de bajos recursos y a su vez permitir la libre competencia entre las empresas a fin de que provean un mejor servicio. Internet, hoy más que nunca, es un servicio esencial y como tal, debe de funcionar de manera impecable.